MAURO VARGAS
(al centro, con su guitarra)
Nací el 15 de enero de 1907 en el pueblo de Tepalcingo,
Morelos; soy campesino. Desde pequeño me gustó la cantada... Desde joven el
gusto me encantó, me nació, ya que lo oía, y también empecé a tocar el bajo
quinto y a cantar líricamente; mi escuela de música fueron las cantinas y los
changarros de Tepalcingo, donde venía, y había cantadores como Juan Quevedo y
Paulino Vergara.
En la feria venían otros señores de Huitzililla, Morelos, de
Pitzotlán, Puebla, y en una ocasión vinieron unos siete cantadores de Olinalá,
Guerrero, que lidereaba un señor Modesto Coronel, y todos ellos tocaban el bajo
quinto muy bien... Se cantaba en la feria, donde se reunían en las cantinas y
los changarros y puestos de hojas de alcohol; ahí había siempre bajos quintos,
para que los pidiera el cantador que quisiera... A la llegada de los cantadores
me ponía en la puerta a oírlos y a estarme fijando; yo veía cómo lo manejaban.
A mí nadie me enseñó, yo solo agarré el bajo quinto; mi
hermano Agustín me enseñó la afinación y los tonos... Los poetas antiguos (o
compositores) que más oí nombrar eran Juan y Refugio Montes, que tenían muchas
historias cantadas; también se menciona a Fermín Aponte, del estado de
Guerrero, y también morelenses como Genaro y Juan Zúñiga, Elías Domínguez,
Epigmenio Pizarro, Federico Becerro y principalmente Marciano Silva.
En el año de 1922 llegué a vivir a Coahuixtla, Morelos y me
empecé a reunirme (sic) para cantar con Ignacio Sánchez, José Valdepeña, Aarón
Cabrera, teniendo como `segunderos' a Reyes Jaramillo (hermano de Rubén), a un
señor de Zacapalco llamado Goyo Leana, y actualmente a mi hijo Nacho... A la
feria que más asistí fue a la de Cuautla, pero también iba a San José,
Tenextepango, Tlaltizapán, Jojutla.
Marciano Silva era un señor chaparrito, vestido como todo
hombre humilde de esa época con calzoncito blanco -todos andábamos de calzón
blanco-; vendía mercería en el antiguo mercado de Cuautla, tocaba siempre su
bajo quinto; a veces lo acompañaba don Teodoro Carrillo; este señor únicamente
era cantador. También conocí a Federico Becerra; era publicista, vendía sus
cantaditas y las de otras gentes como Fausto Ramírez, Fermín Aponte, y claro
que también las de Marciano Silva.
Antes, en Cuautla se acostumbraba cantar en cualquier
esquina y en las esquinas del Zócalo, frente a la iglesia de Santo Domingo o en
un costado del desaparecido hotel San Diego.
La satisfacción que me queda es el gusto, el placer de hacer
amigos; mi vida ha sido la música, que me ha dado ese placer de tener muchos
amigos; nunca lo hago por la paga, sino por el puro gusto de hacerlo, yo no
digo que soy buen cantador pero todo el mundo lo dice.
Fuente:
Corridos Zapatistas. Corridos de la Revolución Mexicana. Volumen 2.
.Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ediciones Pentagrama.
México, 2002. Texto adjunto al CD. Pags. 30 a 31.
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