En este mundo matraca, de morir nadie se escapa.

Para los aztecas, los mayas y los pueblos indígenas del antiguo México, la muerte no era el fin, sino el paso hacia una vida mejor. Cuando alguien moría, organizaban fiestas para animar al espíritu en su largo viaje por los nueve ríos de Chignahuapan.
Nuestros abuelos creían que la vida en el más allá dependía de cómo habías muerto, no de cómo habías vivido. No esperaban castigos, sino alegrías.
Si morían bebés, sus almas iban a Chichihualco donde se alimentaban eternamente del árbol de la leche.
Cuando la muerte tenía que ver con el agua, el alma iba al reino de Tláloc, al eterno verano. Ahí disfrutaban por siempre nadando y comiendo cosas exquisitas.
Los guerreros muertos en combate se transformaban en aves de
rico plumaje.
Así fue hasta que llegaron los españoles…
Así fue hasta que llegaron los españoles…
En este mundo matraca, de morir nadie se escapa.
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