
Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un
tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en
cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella
estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. «No dejes de ir a visitarlo
—me recomendó—. Se llama de otro modo y de este otro. Estoy segura de que le
dará gusto conocerte». Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo
haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos
les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
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